4 ene 2010

Abre los ojos. No ve nada, simplemente la oscuridad de su cuarto. Se fija en su reloj, son las 4:00 am. Se queda un rato así, haciendo nada, disfrutando del silencio, intentando volver a dormirse. Pero no puede. De repente escucha un sonido afuera. Con gran lentitud se levanta y se asoma por la ventana; estaba lloviendo. Amaba la lluvia, irónico es que, en el lugar en el que ella vive, no llueve muy seguido. Decide salir. Se pone sus pantuflas y baja las escaleras de su casa. Abre la puerta y llega a su destino tan deseado, su jardín. Una vez afuera una suave y fresca brisa le da la bienvenida, siente ese aroma tan característico de la lluvia, al mismo tiempo que las gotas corren por su cuerpo como si jugaran una carrera para ver quien llega primero al suelo. Se sienta en el pasto, observando el cielo nublado, relajandose, pensando en nada.


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